Pelé era sensación donde quiera que se presentase. Al arribar la delegación brasileña a Santiago para desde allí, dirigirse a Viña del Mar a disputar su llave clasificadora para Cuartos de Final, el cien por ciento de los reportajes y de las notas acerca del “scratch” se concentraba en su figura de ébano y sonrisa de marfil.
Atendía a todos con su amabilidad de crack sin dobleces y con total respeto por sus adversarios reiteraba la confianza en su equipo. En esos momentos, nadie podía suponer que esa sonrisa se nublaría a pocos días de largarse la competencia. Una dolorosa lesión producida por la mala suerte sin intervención de contrario alguno, lo trasladó a la tribuna desde donde debió seguir la performance de sus compañeros, a quienes alentó sin descanso, antes, durante y después de los partidos. El estímulo que le dio a su reemplazante Amarildo, la fé que le inculcó para que sobrellevara sin inhibiciones el papel asignado por el destino, propiciaron las notables actuaciones del insider izquierdo de Botafogo, que con sus compañeros de club –Garrincha, Didí y Zagalo– y el pivot delantero del Palmeiras –Vavá– conformaron una delantera lujosa y eficiente.
En estos dos momentos gráficos de Pelé en la tribuna se refleja el estado de ánimo del astro, convertido en un hincha más, en medio de la grandeza que pueden sentir sólo los nobles de espíritu cuando deben ceder la gloria que le estaba reservada a ellos.
