Carlos Monzón vs. Mantequilla Nápoles

Los de los más grandes de siempre, en París, con Alain Delon como organizador.

Un combate que quedó en la historia por múltiples razones. París, ei río Sena. Un estadio con capacidad para 11.000 espectadores montado para la ocasión bajo una gigantesca carpa emplazada en un parque público. Una estrella de cine que oficia como promotor de boxeo. La crema del jet francés. Dos campeones frente a frente. Una pizca de fantasía condimenta ese combo de elementos. Y un puñadito de realidad sazona ese cuento en el que Julio Cortazar reconstruyó el combate que Carlos Monzón y José Mantequilla Nápoles protagonizaron el 9 de febrero de 1974.

Tres horas antes de la pelea y bajo la lluvia comenzaron a llegar los primeros espectadores al improvisado estadio

Una carpa de circo montada en un terreno baldío al que se llegaba después de cruzar una pasarela y seguir unos caminos improvisados con tablones. Entre los presentes esa noche estarían los actores Jean Paul Belmondo, Anthony Quinn y Ryan O’Neal, el director Claude Lelouch y los diseñadores Pierre Cardin Y Jean Cacharel.

Poco antes de las 22:00PM, la carpa quedó a oscuras. Enseguida un poderoso reflector comenzó a seguir el camino hacia el ring de Nápoles, quién lo recorrió acompañado por una ranchera y por el griterío de los mexicanos. Luego fue el turno de Monzón, quién transitó el sendero mientras en los parlantes se escuchaba la voz de Carlos Gardel interpretando ‘’Silencio’’…aunque su versión en francés. Desde el arranque, el campeón impuso la distancia que más le convenía, aprovechando el largo de sus brazos y luego de un comienzo lento en el primer asalto, en el segundo conmovió a Nápoles con dos directos de derecha.

En el tercer asalto se vieron los últimos destellos del aspirante, que muy rápido empezó a evidenciar el cansancio y la falta de piernas. En el sexto asalto resultaba evidente que las chances de Nápoles se habían extinguido y solo restaba saber cuánto más resistiría en acción. En esos tres minutes, recibió una continua descarga de golpes desde todos los ángulos y con una potencia difícil de soportar para un wélter como él. Cuando volvió a la esquina, la suerte estaba echada.

Todo el mundo parado a la espera de la campana del séptimo round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona, Nápoles siempre en su rincón y Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca.

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